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Un paseo imperdible por el centro histórico de Bogotá
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Recorrer el centro histórico de Bogotá fue una experiencia que despertó todos mis sentidos y me transportó a otra época. La Candelaria, con su encanto colonial, sus calles empedradas y su aire bohemio, se convirtió en el escenario perfecto para una aventura que combinó historia, arte y gastronomía.
Durante la reciente Vitrina Turística de ANATO, aproveché un día libre para sumergirme en la esencia de la capital colombiana. No lo hice sola: tuve el privilegio de estar acompañada por Pablo Pla y por el director de ABC Mundial, Raúl Zapata, junto a su familia, quienes fueron unos anfitriones excepcionales. Conocedores de cada rincón de la ciudad, nos guiaron con entusiasmo y hospitalidad, haciendo que el recorrido fuera aún más enriquecedor.
El paseo comenzó con un recorrido por las calles adoquinadas, donde cada fachada cuenta una historia y cada esquina revela una obra de arte en forma de mural. En el Pasaje del Embudo, los colores vibrantes de las paredes parecían bailar al ritmo del bullicio callejero, mientras que la Calle de las Sombrillas y la Calle de las Canastas ofrecían un espectáculo visual que no dejaba de sorprender.
Una de las primeras paradas fue el Museo de Botero, donde las famosas figuras voluminosas del maestro colombiano me transportaron a un universo de formas y colores únicos. Este museo, ubicado en una casona colonial, alberga no solo obras del icónico artista sino también piezas de grandes maestros como Picasso y Monet, convirtiéndolo en una parada obligatoria para los amantes del arte.
El recorrido continuó por la Plaza de Bolívar, el corazón de la ciudad, donde la imponente Catedral Primada se alza como testigo del paso del tiempo. Entrar en este majestuoso templo fue un momento de introspección, admirando su arquitectura, sus vitrales y la atmósfera de solemnidad que impregna cada rincón.
A medida que avanzábamos, nos sorprendió la peculiaridad de algunos vendedores ambulantes que voceaban con entusiasmo las virtudes sanadoras del aceite de coca y marihuana. Con promesas de alivio para todo tipo de dolencias, sus discursos eran casi hipnóticos y reflejaban la mezcla de tradición y cotidianidad que caracteriza a Bogotá.
En el camino, nos encontramos con vendedores de sombreros tradicionales, desde los icónicos sombreros vueltiaos hasta opciones más modernas, todos hechos con la destreza y pasión de los artesanos locales. No podía faltar la gastronomía: nos aventuramos a probar las famosas hormigas culonas, un manjar exótico de la región, crujiente y con un sabor inesperadamente delicioso.
Pero si hay algo que define el alma de La Candelaria es su chicha. Los vendedores de esta bebida fermentada nos ofrecieron un sorbo de tradición en cada vaso, recordándonos las raíces indígenas de esta tierra. Y para cerrar el día con broche de oro, nos deleitamos con un almuerzo típico en un restaurante de comida tradicional, donde el ajiaco y la bandeja paisa nos hicieron sentir la calidez del hogar colombiano en cada bocado.
Bogotá nos recibió con los brazos abiertos, con la simpatía de su gente y la magia de su historia. Gracias a Raúl Zapata y su familia, pude descubrir la ciudad desde una perspectiva única, con anécdotas, historias y recomendaciones que solo un verdadero anfitrión podría brindar. Su pasión por Bogotá y su generosidad hicieron de este recorrido una experiencia inolvidable.
Cada rincón de La Candelaria guarda un secreto por descubrir, y cada experiencia vivida me dejó con ganas de más.
Si quieres ver más de este recorrido, te invito a visitar nuestros contenidos en @losviajesdekarina y @abcmundialweb, donde cada imagen y video capturan la esencia de esta aventura. ¿Te animas a descubrir Bogotá?