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- América
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- Turismo
Nadar con mantarrayas, un tour para valientes en Stingray City, Antigua
La mañana amaneció soleada y con un cielo despejado, como si la isla de Antigua quisiera mostrar su mejor cara a los periodistas convocados para esta aventura singular, horas antes de que comenzara el Caribbean Travel Marketplace. De los treinta comunicadores invitados, solo tres nos animamos a embarcarnos en una experiencia que prometía emociones fuertes: nadar con mantarrayas gigantes en Stingray City.
La Autoridad de Turismo de Antigua y Barbuda organizó esta excursión de prensa para mostrar, de manera visceral y auténtica, el poder de atracción de la naturaleza caribeña. Salimos en una lancha rápida desde el muelle base, rodeando islotes verdes y playas vírgenes. En apenas cinco minutos ya estábamos flotando en una plataforma artificial sobre un banco de arena en medio del mar, rodeados de aguas turquesas y arrecifes de coral.
Entonces ocurrió: llegaron las rayas.
Gigantes, elegantes y misteriosas, las mantarrayas comenzaron a acercarse sin miedo, como si nos conocieran de toda la vida. No estaban encerradas ni controladas. Nadaban libres, pero sabían que nuestra visita traía consigo un festín de calamar fresco. Desde la plataforma, uno de los guías —con más años de mar que de tierra— nos explicó cómo alimentarlas y acariciarlas con respeto.
Nos lanzamos al agua. Las rayas, indiferentes a las aves limícolas que revoloteaban a la distancia, se deslizaban junto a nosotros, rozando nuestras piernas y torsos con sus aletas. Uno espera que una criatura así se sienta áspera o escamosa, pero su tacto es como terciopelo mojado de noventa kilos.
Mi primera interacción fue un cóctel de emoción y pánico. Sujeté un trozo de calamar como nos enseñaron: cerrado en el puño, con el pulgar oculto. Una raya se deslizó sobre mi mano. Grité. Solté el calamar y retrocedí, torpemente, mientras la criatura se lo llevaba con una gracia envidiable. A mi lado, otro periodista se reía con nerviosismo: estábamos fuera de nuestra zona de confort, y eso lo hacía aún más real.
Una vez superado el susto inicial, comenzamos a nadar entre ellas. Las rayas se acercaban con la familiaridad de un perro amistoso, se deslizaban sobre nuestros brazos, y nos envolvían en un ballet submarino tan majestuoso como inesperado. Los guías, con paciencia infinita, nos animaban a tocarlas, a observar sus movimientos, a admirar su naturaleza pacífica y curiosa.
Tras la interacción, nos pusimos las máscaras de snorkel y nos sumergimos en un arrecife cercano. Peces tropicales de todos los colores nos dieron la bienvenida mientras el sol filtraba rayos dorados a través del agua cristalina. La vida marina en Antigua es exuberante, y aquí uno puede sentirse como un invitado en un mundo paralelo.
De regreso al campamento base un vaso de ron punch —o jugo tropical para los menos atrevidos— para sellar el recuerdo de una mañana inolvidable. Entre risas y fotos, compartimos lo vivido como si fuéramos sobrevivientes de una prueba de coraje.
Stingray City no es solo una excursión turística. Es una lección de respeto por la vida marina, una invitación a vencer miedos y una de esas experiencias que marcan un antes y un después en cualquier viaje.
Antigua nos mostró su cara más salvaje y amable a la vez. Y nosotros, los tres valientes, regresamos al hotel con la sensación de haber vivido algo único.