- Región:
- Mundo
- Categoría:
- Sociedad
- Article type:
- Enfoques
El puente hacia el fin del mundo
Los principales diarios italianos anunciaban el pasado jueves por la mañana que en la noche llegaría la “fumata bianca” y se confirmaría la preferencia por un Papa italiano. En primer lugar se ubicaba al Secretario de Estado del Vaticano, Pietro Parolin.
Algunos días antes, casi distraídamente, había visto una entrevista al periodista Marco De Milano, quien anunció en una de las principales cadenas televisivas italianas que Prevost sería el próximo Papa. Al igual que muchas personas, no le di importancia a la noticia.
Caminando en la tarde del jueves, me sorprendieron en la calle las campanas que se anticipaban a lo que esperábamos para el final del día y que anunciaban que había sido elegido el sucesor de Francisco. La rapidez de la elección no dejaba lugar a dudas. Los transeúntes de esa calle en Milán sonreían felices, murmurando en voz baja: “han elegido a un Papa italiano”.
El “Annuntio vobis gaudium magnum: habemus Papam” traía, sin embargo, y como suele suceder, la sorpresa: el Papa número 267 de la Iglesia Católica era Robert Francis Prevost, nacido en Chicago, Illinois, el 14 de septiembre de 1955, quien había elegido el nombre cargado de valor simbólico e histórico de León: León XIV.
La televisión italiana, desconcertada, anunciaba la proclamación del “primer Papa de los Estados Unidos de América” y comenzaban de inmediato a tejerse hipótesis de carácter político respecto a esta decisión del Cónclave.
Todo ello, a mi entender, se desvanecía rápidamente cuando el mismo Robert Francis Prevost confesaba al mundo y en lengua española su verdadera identidad, su verdadera historia.
Se trataba del humilde, simple y muy amado “Padre Robert” de Chiclayo, ciudad de la costa norte peruana situada a 14 kilómetros del Pacífico y a 773 de la capital, Lima.
Rápidamente, frente a la monumental catedral de la ciudad peruana, centenares de sus habitantes se reunían para cantar y gritar al infinito que un “chiclayano” había sido elegido Papa.
Robert Prevost fue en efecto nombrado obispo de Chiclayo en el año 2014, cargo en el que permaneció hasta su traslado al Vaticano en 2023, cuando el Papa Francisco lo llamó a Roma para asumir como prefecto del Dicasterio para los Obispos y presidente de la Pontificia Comisión para América Latina.
La unión entre Perú y León XIV había iniciado, en realidad, varias décadas antes. En 1985 y 1986 tuvo lugar la primera estadía del Papa en el país andino, siendo su primer destino la misión de Chulucanas, en la sierra de la región Piura. Tras un breve regreso a Estados Unidos, donde trabajó como director vocacional y de misiones para la provincia agustiniana de Chicago, Prevost volvió a Perú en 1988. Esta segunda permanencia en Perú duró 11 años y fue durante un período extremadamente difícil para el país, con un Sendero Luminoso muy violento y durante la presidencia de Fujimori, a quien Prevost criticó abiertamente.
En el año 2015, Robert Prevost adquirió la ciudadanía del Perú.
Todo esto quiere decir que León XIV está unido a Perú desde hace 40 años, habiendo transcurrido 22 años de su vida en este país y habiendo decidido libremente convertirse también en ciudadano peruano. León XIV, entonces y sin lugar a dudas, es un peruano que conoce perfectamente la realidad de su país. Todos los testimonios recogidos por los medios en estos días así lo demuestran. Las imágenes del nuevo Papa usando botas en una zona inundada o montado a caballo en sus visitas pastorales a zonas periféricas de su diócesis son demostraciones significativas y evidentes de su compromiso y compenetración con la realidad del pueblo y del país peruano.
Sin embargo, León XIV es también ciudadano norteamericano y hay quienes, por interés o miopía, quieren o pueden ver solo este lado del nuevo Papa y todo lo que ello puede implicar.
Se trata del segundo Papa consecutivo proveniente del continente americano. Desde una fría visión pragmática y geopolítica, se sostiene que esta continuidad es necesaria para frenar el creciente movimiento evangelista en los Estados Unidos y en Sudamérica.
El nuevo Papa es, en realidad, un cosmopolita en el más profundo y amplio sentido del término. Su madre era española, su padre francés, y nació en el país que se convirtió en el más importante del mundo, construido por inmigrantes de muchos lugares.
El Papa peruano-estadounidense elude así las categorías preestablecidas según los cánones tradicionales. Su profunda cultura cosmopolita lo coloca aún más por encima de las partes que cualquiera de sus predecesores, presentándose como un Papa global cuyo objetivo es la inclusión de todos, sin excepciones.
Nadie puede determinar aún con certeza cuál será el papel de Robert Francis Prevost en el agitado escenario del mundo contemporáneo, marcado por importantes conflictos bélicos sin resolución.
Un tema central a los ojos de católicos y laicos será, sin lugar a dudas, su relación con Donald Trump. No le corresponde al Pontífice asumir el papel de “antagonista político” u opositor del presidente de los Estados Unidos; sin embargo, será necesario que el pueblo americano, en primer lugar, y los europeos luego —quienes afrontan cada vez con mayor prioridad el tema de la inmigración y la convivencia de etnias diferentes— escuchen el mensaje de León XIV, ciertamente muy lejano al de Trump y J.D. Vance.
León XIV encarnará una nueva etapa de la Iglesia: más sobria, estratégica, independiente. Un terreno difícil para el trumpismo católico, para los soberanistas europeos y para quienes, en el Palazzo Chigi, sede del gobierno italiano, esperaban un pontífice como Parolin, con mayor comprensión del sutil juego político "al modo italiano".
Desde mi visión, lo más hermoso y emocionante de la vida de León XIV es que ha unido dos extremos de un continente que han estado siempre separados: el sur relegado, desplazado por el norte rico.
Bergoglio llegó desde “el fin del mundo” al norte para mostrar a una Iglesia más centralizada en Europa que los últimos, los lejanos, merecían ser iguales, porque eran idénticos y humanos.
Un hombre del norte, Prevost, hizo el viaje contrario: llegó un día al sur desde el norte como misionero y construyó, durante 40 años, un puente sólido e inquebrantable de unión, de identidad.
León XIV ya ha triunfado, porque él mismo es el puente de Bergoglio.
Consciente del valor de la tarea que ya ha cumplido, León XIV nos ha invitado en su primer discurso a construir también nosotros mismos “puentes”.
El afecto humano, la cercanía que Francisco transmitía, siento —estoy convencido— continuará con León XIV, porque los puentes son una esperanza, una certeza de que del otro lado el camino y la vida continúan, y que nos esperan otros seres humanos con idénticos deseos de abrazar nuestros mismos sueños.