- Región:
- Argentina
- Categoría:
- Política
- Article type:
- Opinión
El advenimiento de la "algoritmocracia"
En tiempos de democracia algorítmica, ¿votamos libremente o según lo que nos muestra el feed?
En pleno proceso electoral argentino, con la campaña para legisladores porteños tomando temperatura, la pregunta sobre cuánto decidimos realmente los ciudadanos resuena con más fuerza que nunca. La llegada de lo que podríamos denominar una "democracia algoritmómica", un término que une “algoritmo” y “democracia mimética”, plantea un desafío profundo al sistema político y al ideal republicano de elección libre e informada. Inspirándonos en las ideas del autor estadounidense Eli Pariser, quien en El filtro burbuja expone cómo internet construye burbujas de contenido en función de nuestros hábitos, gustos y clics previos, podemos afirmar que los ciudadanos ya no eligen qué información consumen: el algoritmo lo hace por ellos.
En este escenario, la política ya no se juega solo en la calle, ni siquiera en los medios tradicionales. Se juega en el scroll infinito de nuestros móviles. Plataformas como Instagram, TikTok o YouTube se han convertido en los nuevos canales de campaña. Javier Milei es uno de los casos más paradigmáticos: supo explotar la viralidad con estética de meme, frases explosivas y una comunidad digital muy activa. Lo mismo ha ocurrido en otros contextos: George W. Bush utilizó la segmentación en Facebook en 2004 como un experimento pionero en microtargeting, mientras que partidos como Grupo EYc (Emergentes y Conectados) han hecho de los bots y la publicidad digital su principal arma proselitista.
Pero, ¿hasta qué punto una ciudadanía que recibe información filtrada, sesgada y diseñada a medida puede tomar decisiones genuinas? Como advertía Marshall McLuhan, “el medio es el mensaje”. Hoy, el medio es el algoritmo. Y su mensaje es una ilusión de libertad informativa.
Esta nueva era, que podemos bautizar como “algoritmocracia”, se define por una ciudadanía cuya voluntad electoral es moldeada sutilmente por códigos opacos, inteligencias artificiales y arquitecturas digitales creadas para maximizar la permanencia y el clic, no la pluralidad o la reflexión.
Ya no somos simplemente votantes. Somos usuarios dirigidos. Como decía Malcolm McCombs sobre los medios: “no nos dicen qué pensar, pero sí sobre qué pensar”. El algoritmo, como heredero digital de ese rol, no impone ideas, pero sí impone agendas.
En Argentina, esta cuestión se vuelve urgente en medio de una crisis institucional, económica y de representación. La digitalización política avanza sin regulación clara, mientras la ciudadanía vota cada vez más desde la pantalla que desde la plaza. Si no revisamos críticamente el papel de los algoritmos en la esfera pública, corremos el riesgo de legitimar una democracia simulada, gobernada no por representantes elegidos libremente, sino por datos y predicciones probabilísticas.
¿Estamos ante el fin de la política tal como la conocíamos?
La algoritmocracia no elimina la política. La reconfigura en función de lógicas comerciales y de control simbólico. Y al hacerlo, redefine al ciudadano: de sujeto deliberante a usuario direccionado.
Frente a esto, urge pensar nuevas regulaciones, alfabetizaciones críticas y formas de acción colectiva. De lo contrario, estaremos legitimando una democracia que ya no decide en las urnas, sino en servidores donde cada clic es una votación invisible.