Región:
Argentina
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Espectáculos

Un clásico que no envejece: el cuerpo, el deseo y la medicina en escena

  • Un clásico que no envejece: el cuerpo, el deseo y la medicina en escena
    Crítica teatral: “Un enfermo imaginario” Un clásico que no envejece: el cuerpo, el deseo y la medicina en escena
Región:
Argentina
Categoría:
Espectáculos
Autor/es:
Por Julieta Strasberg
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Crítica teatral: “Un enfermo imaginario”

Hay cuerpos que se quejan para no callar, que se enferman para decir lo que no encuentran forma de pronunciar. En Un enfermo imaginario, Molière propuso hace siglos a un personaje que, más que padecer, organiza su mundo en torno a una enfermedad que necesita creer. En esta versión afilada y vibrante dirigida por Klau Anghilante y puesta en escena por PERAS Compañía Teatral, Argán ya no es solo un hipocondríaco: es el eje de un sistema de afectos, de intereses y de tensiones familiares que giran a su alrededor como planetas alrededor de un sol debilitado, pero imponente.

La adaptación, que condensa la obra original en apenas una hora, no recorta intensidad ni sentido; al contrario, lo multiplica. En ese tiempo comprimido como una cápsula, se despliega una reflexión filosa y actual sobre el modo en que la salud, la medicina y el síntoma se han convertido en territorios atravesados por el deseo, el poder y la conveniencia. La pregunta no es ya si Argán está enfermo o no, sino qué obtiene —y qué evita— a través de esa dolencia supuesta.

El montaje propone una escena donde la comedia no alivia, sino que señala con puntería quirúrgica. La risa aparece, sí, pero con ese filo que la vuelve espejo: nos hace reírnos de nosotros mismos, de nuestros mecanismos para evitar lo incierto, para ordenar lo caótico, para protegernos del vacío. La enfermedad, en este caso, no paraliza: organiza. Permite mandar, condicionar, negociar afectos y herencias. Y todo eso sucede bajo la apariencia del padecimiento.

El trabajo del elenco es extraordinario. Cada intérprete se ofrece como materia escénica dispuesta a ser moldeada por el juego, el gesto, el absurdo y la precisión. Leandro Fernández encarna a Argán con una expresividad desbordante: su rostro es un territorio donde se leen el miedo, la manipulación, la fragilidad y la necesidad. Cada mohín, cada inflexión de voz, cada queja corporal revela la complejidad de un personaje que ha hecho de la dolencia un modo de existir.

A su alrededor, se despliega un conjunto de actuaciones memorables. Facundo Narvaez Mancinelli, como Antonio, el criado, imprime a la obra una energía lúdica e impredecible: su cuerpo se quiebra, se disloca, se transforma, desobedeciendo toda lógica del realismo. Es guía y bufón, testigo y catalizador. Analía Sirica, como Belisa, esconde tras una dulzura calculada una ambición aguda, que se adivina en cada gesto contenido. Luciana Guacci compone una Angélica vulnerable y luminosa, atrapada entre el deber filial y su propio deseo, mientras Misha Segurado aporta frescura y gracia en el rol del enamorado verdadero. Completan el elenco Ciro Di Meglio, José Larralde, Diego Verni y Omar Guzmán Torrez, construyendo un universo coral sostenido en la precisión, la escucha y el placer del juego compartido.

La propuesta estética potencia lo actoral: los vestuarios, exuberantes y expresivos, coquetean con el exceso barroco y lo remezclan con acentos pop. Peinados altísimos, colores saturados, zapatos intervenidos: los cuerpos no solo actúan, también significan. La escenografía mínima —un sillón, algunos almohadones— deja todo el protagonismo a los cuerpos, que se mueven con la intensidad de quien necesita habitar el escenario como si se tratara de un campo de batalla entre lo que se muestra y lo que se oculta.

En el centro del relato está la figura de un padre que pretende controlar el porvenir casando a su hija con un médico, más como estrategia de supervivencia que como decisión amorosa. Pero detrás de ese gesto aparece la pregunta esencial: ¿qué heredan los hijos? ¿Una fortuna? ¿Un apellido? ¿O quizás la forma en que sus padres organizan el miedo?

Esta tercera temporada confirma que estamos frente a una obra que no envejece, sino que muta, respira y encuentra siempre una nueva forma de decir. Un enfermo imaginario se instala en la contemporaneidad no por sus referencias, sino por su potencia. Es una comedia, sí. Pero también es una escena de revelación. El síntoma, convertido en teatro, ya no pide cura: pide escucha.

Teatro La Carpintería – Jean Jaurès 858, CABA
Domingos de abril – 12:00 h
Fotografía: @nacholunadei