Vaticano, 8 de mayo de 2025 — ¡Habemus Papam! La Iglesia Católica ha elegido como nuevo líder al cardenal Robert Prevost, quien ha adoptado el nombre de LEÓN XIV, convirtiéndose en el primer papa estadounidense en la historia.

La multitud reunida en la Plaza de San Pedro estalló en vítores cuando el cardenal protodiácono apareció en el balcón de la Basílica de San Pedro y pronunció las palabras: “Habemus Papam!” — “¡Tenemos Papa!”. Poco después se reveló el nombre del elegido y su nuevo nombre pontificio.

Prevost, nacido en Estados Unidos pero con una fuerte conexión latinoamericana, sucederá a Francisco, continuando así una era marcada por la cercanía con los pueblos del sur global. Exobispo en Perú y actualmente uno de los hombres más influyentes en el Vaticano, Prevost es reconocido por su compromiso pastoral, su conocimiento profundo de América Latina y su habilidad diplomática.

El cónclave, compuesto por 133 cardenales electores, necesitaba al menos 89 votos para alcanzar el consenso. La elección de Prevost refleja no solo el carácter global de la Iglesia Católica, sino también el peso creciente de América Latina y Norteamérica en la configuración de su futuro.

Como el primer papa estadounidense, su elección es histórica: representa una Iglesia que sigue expandiéndose más allá de sus raíces europeas y que busca responder a los desafíos contemporáneos del mundo globalizado.

El nuevo pontífice apareció en el balcón vestido con la tradicional sotana blanca, la mozzetta y portando el anillo del pescador, símbolo del sucesor de San Pedro. Su primera bendición, el Urbi et Orbi, fue recibida con lágrimas, aplausos y emoción por las miles de personas congregadas y los millones que seguían el momento en todo el mundo.

LEÓN XIV asume el liderazgo de una Iglesia que enfrenta desafíos como la secularización, la reforma interna y una realidad geopolítica compleja, continuando la labor de Francisco, quien centró su pontificado en el medio ambiente, la justicia social y el acercamiento a los pobres y marginados.

Este momento marca no solo un nuevo capítulo en la historia del liderazgo eclesial, sino también un refuerzo de los profundos lazos históricos y espirituales entre América del Norte y América Latina.