Trump y el magnate tecnológico, aliados clave en la reelección de 2024, protagonizan una ruptura pública que sacude al Partido Republicano, hunde las acciones de Tesla y amenaza con alterar el tablero político de EE.UU.

Lo que alguna vez fue una de las alianzas más inusuales y poderosas de la política estadounidense ha llegado abruptamente a su fin. Donald Trump y Elon Musk, antiguos aliados en la cruzada contra el establishment de Washington, han roto relaciones de forma explosiva, desatando una tormenta política y mediática con consecuencias que podrían reconfigurar tanto el futuro de la Casa Blanca como el de Silicon Valley.

La ruptura comenzó a gestarse en silencio, entre desacuerdos por el proyecto de ley de impuestos y gastos impulsado por Trump. Pero esta semana, la tensión se desbordó en público. Musk —quien invirtió casi 300 millones de dólares en la campaña republicana de 2024— calificó el paquete fiscal como una “abominación repugnante”, comprometiéndose a combatirlo y a sus aliados legislativos. Trump, que había evitado responder en busca de conservar el apoyo político y financiero del empresario, estalló finalmente en su red Truth Social:

“La manera más fácil de ahorrar miles de millones de dólares es cancelar todos los contratos y subsidios de Elon”.

Musk no tardó en contraatacar. Desde X (antes Twitter), su plataforma, sugirió la creación de un nuevo partido político y respaldó llamados al impeachment de Trump. El choque fue total.

Una alianza sin precedentes

La relación entre Trump y Musk redefinió los límites entre poder político y económico. No era solo una alianza electoral: Musk tenía influencia directa en decisiones estratégicas del gobierno, desde política espacial hasta eficiencia presupuestaria. Incluso llegó a tener voz en nombramientos clave, como el de Jared Isaacman —su candidato para dirigir la NASA—, cuya fallida nominación fue el punto de quiebre definitivo.

En privado, Trump ya lo había definido como “volátil”. El jueves, ante la prensa y en compañía del canciller alemán, expresó su “profunda decepción”. Musk, por su parte, interpretó la jugada como una traición.

Consecuencias inmediatas

Las repercusiones no se hicieron esperar. Las acciones de Tesla cayeron un 14% el jueves, mientras en el Congreso republicano cundía la incertidumbre. Algunos legisladores temen que esta guerra de egos obstaculice la aprobación del proyecto fiscal clave antes de las elecciones intermedias de 2026. Otros, como el senador Ted Cruz, pidieron reconciliación:

“Cuando trabajan juntos, logramos mucho más para Estados Unidos”, declaró.

Pero la reconciliación parece lejana. Según funcionarios de la Casa Blanca, Trump ya no desea hablar con Musk, y no hay llamadas previstas. En su entorno más cercano, se evalúa incluso cortar los lazos económicos con sus empresas, amenazando la estabilidad de SpaceX, Tesla y Neuralink, cuyos contratos con el Estado alcanzan cifras multimillonarias.

Más allá del ego, un reordenamiento del poder

Más allá del cruce de declaraciones y amenazas, esta ruptura pone de relieve una verdad incómoda para Washington: el enorme poder de los nuevos barones tecnológicos no está sujeto a lealtades duraderas. Musk, que fue disruptivo desde dentro del sistema, ahora amenaza con enfrentarlo desde afuera, coqueteando con movimientos alternativos y candidatos independientes.

Para Trump, perder a Musk podría debilitar su alcance entre los jóvenes, los libertarios tecnológicos y los donantes del mundo empresarial. Para Musk, el distanciamiento puede abrir la puerta a investigaciones regulatorias y complicaciones contractuales. Ambos tienen mucho que perder.

De aliados a enemigos públicos en menos de una semana, Trump y Musk protagonizan una nueva grieta en la política estadounidense. Una batalla de egos, dinero y poder cuyas réplicas apenas comienzan a sentirse.