- Región:
- Argentina
- Categoría:
- Espectáculos
El teatro como promesa: entre ruinas y aplausos
- Región:
- Argentina
- Categoría:
- Espectáculos
- Autor/es:
- Fecha de publicación:
Crítica teatral de: El Hambre, crónicas de una compañía trágica
En el escenario, el hambre no es solo una necesidad, sino un fantasma que se desliza entre cuerpos que se buscan y se esquivan, que persisten en la danza infinita de existir a pesar del olvido. El Hambre no es solo el título de esta obra, sino la consigna de quienes, como acróbatas del tiempo y el sacrificio, insisten en habitar el arte aunque este devore sus huesos.
Los creadores de El Funeral de los Objetos, aquella obra del off que con su extraña poética y su ingenio logró abrirse paso hasta la calle Corrientes (Paseo La Plaza), nos traen ahora El Hambre, crónicas de una compañía trágica, una comedia musical donde la risa resuena, aunque a veces duela. Nos reímos, sí, pero ¿de qué nos reímos? ¿De la torpeza del artista o de la tragedia que se dibuja tras sus gestos? ¿De la insistencia a pesar del fracaso? Tal vez reírse es solo un reflejo, un eco del absurdo en el que todos estamos inmersos, un mecanismo que, como sugiere Slavoj Žižek, oculta el dolor de la opresión que estructura nuestras vidas. Reímos para no llorar, reímos porque la tragedia ya nos ha devorado demasiado.
Y el público también se ríe, pero no de manera uniforme. Algunos estallan en carcajadas ante las humoradas, otros sueltan una risa tensa, incómoda, como quien se ve reflejado en un espejo que preferiría evitar. Y están aquellos, los menos, que quedan atrapados en el drama y miran alrededor, preguntándose ¿de qué se ríen los demás? Esa disparidad en la recepción refuerza la riqueza de la obra, que oscila entre la comedia y la tragedia con una ambigüedad que desarma.
Desde el primer compás de la música en vivo, la escena se puebla de seres hambrientos de un sueño que nunca termina de llegar. Es una compañía de teatro itinerante que intenta sobrevivir al filo de la incertidumbre, un eco de tantas otras historias de artistas que hacen de la espera y la precariedad su telón de fondo. En esta lógica, la obra dialoga con La sociedad del cansancio de Byung-Chul Han, donde la meritocracia es presentada como una trampa que solo conduce al agotamiento. "El esfuerzo se convierte en soga, y no en escalera" cuando el sacrificio es la moneda de cambio en una estructura que solo premia la apariencia del esfuerzo, nunca su verdadero fruto.
Las actuaciones son un estallido de entrega, un pulso que late en cada gesto, en cada mirada que desafía al destino. Leila Assad, Cinthia Colasurdo, Verónica De Bunder, Belén Frontera, Malena Luchetti, Marian Morelli, Gonzalo Rivarola, Zoe Verbena y Nadia Zajic conforman un ensamble que se despliega en un vaivén de emociones sin fisuras, con una coordinación física que asombra y que logra que cada movimiento sea una respiración compartida, un engranaje donde lo individual se funde con lo colectivo. Vale destacar que es un musical y las voces corales y en canon marcan un ritmo sostenido, que no decae ni despista en ningún momento.
Los actores están siempre en la búsqueda de "una oportunidad", "la" oportunidad. Esa que podría cambiarlo todo, que podría elevarlos por encima de la precariedad y darles el lugar soñado en el escenario de la historia. Pero no todas las oportunidades son para todos. A veces, se presentan como un espejismo que solo algunos pueden alcanzar, mientras otros quedan atrapados en la espera. Y en esa lucha, la competencia no es solo contra el sistema, sino también entre ellos mismos. La solidaridad se vuelve frágil ante la urgencia de sobresalir, y lo colectivo se tensiona con lo individual. La oportunidad es un tesoro codiciado, una promesa que se desvanece entre el deseo y la necesidad.
El espacio escénico, a la vez lúdico y asfixiante, construye una geografía de lo incierto: ¿es un teatro?, ¿una carpa desmoronada?, ¿una plaza donde el aplauso nunca llega?, ¿un velatorio donde se puede conocer gente influyente en busca de una mejor oportunidad? En su precariedad, el decorado se vuelve un espejo de la existencia misma del artista, un recordatorio de que el arte es resistencia, que a veces se actúa sobre ruinas, sobre el polvo del esfuerzo que nunca alcanza. Y el humo que todo lo envuelve, un elemento esencial en la escena. ¿Acaso el arte es puro humo? ¿Somos puro humo?
La performatividad del artista también puede leerse en clave butleriana. Judith Butler, en Cuerpos que importan, habla del cuerpo como campo de batalla, y en El sentido de lo precario, expone cómo ciertos sujetos deben sostener su existencia en un mundo que constantemente los margina. El artista, en El Hambre, es ese cuerpo precario, obligado a encarnar una y otra vez su identidad escénica para no desaparecer.
La música en vivo es un personaje más. Facundo Cicciu desata melodías que sostienen la tensión y la ternura de una obra que vibra en la frontera entre la comedia y la tragedia. Cada nota es un susurro de esperanzas rotas, de sueños que aún respiran.
Y la trama, esa trama que es todas las tramas: un espejo donde nos podemos reflejar desde distintos escenarios y quehaceres. Es la historia de quienes persiguen el reconocimiento en una sociedad que confunde sacrificio con merecimiento, que promete gloria a cambio de esfuerzo, pero solo entrega cansancio. En este multiverso de ilusiones truncas, los personajes bien podrían ser cualquier artista, cualquier trabajador, cualquier ser humano que vende su tiempo por la posibilidad de ser visto, de ser aceptado, de ser. Como en Las ideas de Federico León, donde los personajes se pierden en el proceso de creación de una película que nunca terminan, en El Hambre los artistas se extravían en un teatro que nunca deja de ser ensayo.
El artificio del teatro también encuentra resonancias en Alejandro Tantanian, quien, con su trabajo en la intersección del teatro y la ópera (El mar de noche, Los mansos), explora la teatralidad del fracaso y la imposibilidad de la representación absoluta. En El Hambre, los personajes buscan habitar un sueño que se les escurre, como si el teatro fuera una posibilidad de ser que siempre queda un paso más allá, o más acá.
¿Qué es el hambre en este mundo? ¿El deseo de trascender o la condena a mendigar un lugar en la escena de la historia? ¿Cuándo el esfuerzo se convierte en soga y no en escalera? El Hambre deja estas preguntas suspendidas en el aire, esperando que el público, al salir, las encuentre en sus propios reflejos.
Manasseri y Provenzano han logrado una obra que sacude, que interpela, que nos lanza a la cara la crueldad de un sistema que aplaude a los que llegan, pero nunca mira a los que caen en el intento. Y el elenco, con su pasión encarnada en cada escena, nos recuerda que, aun en el caos, en la incertidumbre, en la fatiga de una vocación que no siempre devuelve lo que se le entrega, el arte sigue siendo un acto de fe.
En el escenario de El Hambre, como en la vida, la función debe continuar. No porque haya certezas, no porque el aplauso esté garantizado, sino porque no hay otra forma de resistir que seguir poniendo el cuerpo, seguir intentando. En ese intento, en esa entrega, está el verdadero arte. Y quizá, solo quizá, también esté la verdadera vida.
Ítaca Complejo Teatral
Humahuaca 4027 (mapa)
Capital Federal - Buenos Aires - Argentina
Instagram
Jueves - 20:30 hs - Del 06/03/2025 al 27/03/2025
Jueves - 21:30 hs - Del 03/04/2025 al 24/04/2025