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Maradona, el niño de Villa Fiorito que se convirtió en leyenda
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A los 60 años falleció Diego Maradona, el futbolista argentino que deslumbró al mundo con su talento único e inigualable. Su muerte provocó un profundo dolor en su país y en el mundo.
La pelota perdió a su mejor amigo.
Siempre pensé que Maradona era inmortal. ¿Cómo no imaginarlo capaz de semejante proeza si él fue único? Fue un símbolo de la rebeldía, de la creatividad, del talento, de la hazaña, del triunfo y del éxito heroico. Para él, ningún hito era imposible.
Hace quince años conocí a Francisco “Francis” Cornejo, el descubridor del mejor jugador del mundo. Estuve conversando con él durante más de dos horas en un departamento en el barrio de Caballito, enfrente de la cancha de Ferro. Allí me convocó un exdirigente de Argentinos Juniors, el anfitrión de aquel encuentro, que me propuso escribir un libro sobre la vida de Diego por lo que me reunió con Cornejo.
Cuando estuve sentado frente al hombre que recibió por primera vez a Diego, a los 8 años, en los “Cebollitas” de Argentinos Juniors, realmente me sentí entusiasmado por preguntarle todo lo que pudiera acerca de la niñez del futbolista más importante de la historia de la Argentina y del mundo.
Cornejo con mucha simpleza, y con la voz entrecortada varias veces por el llanto, me contó cómo era Maradona. Me dijo que él lo llevaba a dormir a su casa, que lo cuidaba, le daba de comer y lo protegía porque lo quería como si fuera un hijo. También me confesó que en más de una oportunidad Maradona no pudo jugar un partido de inferiores porque se olvidaba de llevar su documento de identidad. “Diego, si no lo trajo, no juega”, le advertía Cornejo a un diminuto nene de cabellera negra enrulada, que reflejaba en su rostro el fastidio que le provocaba quedarse afuera de la cancha.
“Me daba cuenta de que se enojaba mucho, pero sin documento no se podía jugar”, explicó el extécnico de Argentinos Juniors, que trataba a Diego de “usted”, pero no porque la relación fuera distante, sino todo lo contrario. Lo quería mucho. Lo mimaba. Le preparaba comidas sustanciosas que Dieguito por ese entonces tanto necesitaba. Sentía que debía cuidarlo y eso era lo que hacía en su hogar cuando el pequeño “número 10” tenía algún problema de salud como una gripe o algún otro inconveniente que podía tener cualquier niño de su edad.
Mi avidez periodística me llevó a continuar con mi cuestionario de preguntas sobre aquella etapa deportiva en la que el talento de Maradona comenzaba a sobresalir. Cornejo hurgó en su memoria y evocó aquellos partidos de las categorías infantiles e inferiores de Argentinos Juniors que cada día convocaban a más gente que quería ver a ese chiquito, bajito, de Villa Fiorito, que impresionaba con su habilidad, sus genialidades y goles. La fama de su calidad excelsa empezaba a difundirse de boca en boca y nadie quería perderse la posibilidad de ver a ese nene mágico, poseedor de una zurda indescifrable, un fenómeno que transformaba al fútbol en una expresión estética y plástica, verdaderamente un arte.
“Jugaba contra chicos más grandes y era imparable”, reveló Cornejo al tiempo que sus ojos se iluminaban y brillaban ostensiblemente, como si su mente estuviera recreando aquel momento de éxtasis futbolístico.
La superioridad de Diego era aplastante, tanto es así que a veces se permitía algunas licencias. En una ocasión, en un partido en el que Los Cebollitas estaban goleando con varios tantos convertidos por Maradona, Francis advirtió una sucesión de hechos que le llamaron la atención. “Veía que Diego llegaba al arco, quedaba enfrente del arquero y la tiraba bien fuerte y arriba, a metros del travesaño”. El inusual episodio sucedió más de tres veces consecutivas por lo que el entrenador lo llamó a un costado de la cancha y le preguntó qué estaba haciendo porque se daba cuenta de que lo hacía intencionalmente. El precoz astro le dio una respuesta que lo sorprendió, porque nunca se lo hubiera imaginado: “Estoy tratando de darle a un nido de pájaros que hay en aquel árbol … por eso la tiro por arriba del arco….”, comentó al tiempo que extendía uno de sus brazos en dirección a un elevado arbusto de generosa vegetación verde.
Francis atónito ante aquella respuesta, se quedó callado. Lo mandó de nuevo al campo de juego y supo que ese chico que tanto quería algún día se iba a convertir en una leyenda mundial.