- Región:
- Europa
- Categoría:
- Sociedad
- Article type:
- Enfoques
“Dí por dónde andas, y verás qué calidad de vida tienes”
La experiencia de salir de noche en ciudades de Europa nos lleva a pensar en la calidad de vida que tenemos en Argentina. Esa pequeña muestra es clave y marca una diferencia abismal
Praga, 2 am. Decidimos con una amiga salir a caminar a conocer la ciudad y que la noche no se pierda (o se invierta) durmiendo en el hotel.
Las calles estaban vacías, y producto de la niebla de la madrugada, no del todo iluminadas. Recorrimos el centro y sus alrededores, y por la emoción que implica el descubrir un nuevo sitio, notamos que habíamos olvidado el mapa en la habitación. Tampoco teníamos conexión a Internet para que nos ayude Google Maps, así que el sentido de la ubicación fue nuestro único, y finalmente exitoso, aliado.
“En Capital esto no lo podemos hacer tranquilas”, reflexionó mi amiga en medio del silencio.
Nos cruzamos con gente revisando la basura; con un señor mayor que hablaba solo; con un grupito de cinco jóvenes fumando en una esquina.
“¿Te das cuenta que no atinamos a cruzar de calle en ningún momento?”, le dije casi llegando al final del recorrido. Sonrió, y asintió en silencio.
Regresamos a las 4 y media de la mañana, sanas y salvas, sin haber recibido un “Hello, baby!”
Me acuesto y recuerdo:
Budapest, 5 am. Volví sola caminando del boliche al hostel. En esta ocasión, el movimiento era diferente: mucha gente que salía de los bares, o que simplemente estaba tomando y conversando en la vereda.
Nadie me dijo nada en ningún idioma, y no sentí miedo tampoco, a pesar de no tener en mis manos a “mi sexto dedo”, un gas pimienta que me acompaña desde hace años y que me salvó en dos oportunidades de que me roben.
Vuelvo a Praga. 8 am. En el desayuno le cuento a un amigo, que es de Chaco y se fue del país hace varios años, que estaba sorprendida de las situaciones que había vivido. “Ni siquiera alguien me dijo Hello!”, le comento, y luego enumera las razones por las cuales un día decidió vender sus pertenencias, y comprar un pasaje de ida a Nepal.
“¿Sabés cómo se llama eso?”, me preguntó, y en silencio pensé: ¿Respeto? ¿Seguridad? ¿Educación? Ninguna de las tres palabras por sí solas me convenció como respuesta válida.
“No, no sé”, contesté.
“Calidad de vida”, aseveró con un tono de voz que denotaba haber llegado a esa conclusión después de mucho tiempo de reflexión.
Tomé un sorbo de café para asimilar la idea. Entendí su (hu)ida del país.
Días después, volví. Volví para intentar descubrir qué puedo hacer para mejorar este pedacito de tierra y quizá, algún día, mi amigo regrese…